miércoles, 5 de enero de 2011

Me negué a negar lo innegable.


23 de mayo de 2010.

De pequeño tenía que fabricar un buen porvenir, eso creía. Luego, a medida que transcurría el tiempo, fui dándome cuenta de que eso no lo es todo. Comenzé a dar de lado un poco los estudios, intenté buscar a alguien especial en mi vida que estuviese ahí, tanto en los momentos duros como en los buenos; pero no, salía todo mal. Estuve tan hundido hasta tal punto que incluso me atraví a plantearme ciertas cosas de las que me arrepiento de tan solo habérmelas planteado.
Dije: ¡no! no merece la pena hacerlo y, ¿por qué? por las personas que tenía a mi lado, no merecían eso. Intenté seguir adelante, por un tiempo no me fue mal, fui a mi bola y viviendo las cosas como venían.

De pronto, apareció alguien en mi vida que merecía la pena, intenté luchar por ella, no obstante, las circunstancias no permitieron que me fuese bien. Más adelante, me dí cuenta de que no era lo que realmente quería. Dí un paso al frente y volví a intentar rehacer mi vida, no fue del todo bien. Proseguí con otro pequeño paso hasta que un día, no igual a cualquiera, me enseñaron una foto de una chica que no conocía sino de oídas y que estaba en boca varios por su belleza. Sin embargo, no pensé igual al resto, pensé que era una chica preciosa, no que 'estaba buena'. Con el tiempo fui conociéndola poco a poco, paso por paso. Como intento seguir yo con mi vida. ¡Qué símil!, ¿verdad?

Y, empezé a experimentar diferentes sentimientos hacia ella, asimismo dije: no Adrián, no debes porque ella tiene su novio y esta muy enamorada. No merece la pena estar mal por ella porque no llegaré a conseguir recompensa. Me negué a negar lo innegable.



Día tras día, hablábamos, conversábamos, pasábamos tantas tardes, tantas noches pegadas delante de la pantalla... Conociéndonos, pero sin conocernos. Risas, vacilones, amarguras, tristezas... escondían sentimientos que comenzaron a florecer en ambos. A pesar de todo, hacían olvidar el resto de problemas y nos enseñaban a sentirnos mejor con esos cibernéticos momentos dulces. Por diversas circunstancias no pudimos quedar. Así y todo, nada nos detuvo, seguíamos como esos días, siguiendo largas conversaciones delante del portátil hasta que en la tarde de un sábado 10 de abril, conseguimos nuestro primer propósito (estar cara a cara) y hacer que esas conversaciones lleguen a ser oídas por el uno y el otro, no leídas, como hasta entonces era. En ese momento me sentí raro, ya que dudaba de lo que podía sentir ella por mí, por tanto, no pretendí dar el primer paso por miedo al error y tirar por la borda la amistad lograda hasta esa tarde.

Una semana más de inconmesurables dudas, de por qués, de cuestiones que solo ella podía responder. A lo largo del transcurso de esa semana continuaban, una vez más, esas conversaciones, ya mencionadas, donde me volvió a preguntar si salía con ella de fiesta, tras haberlo hecho ese sábado anterior. Yo esperaba con gran ansiedad esa proposición, todo por comprobar si de verdad estaba interesada en que fuese con ella o me lo había comentado por simple cortesía. No tardé mucho tiempo en responder, y como es lógico, mi respuesta fue un sí firme y claro.

Llego el día. Ahí me encontraba yo, en la parada del tranvía deseando ver cómo se había arreglado, cómo estaba de bonita para la ocasión pertinente. Se hizo esperar, como todo lo bueno, o eso dicen. Mis ojos no paraban de observarla con cierta timidez para que ella no fuese capaz de percibir tantos deseos por mi parte. Hicimos una pequeña parada antes de entrar al local específico al cual ibamos. De repente, suena el teléfono, ella lo coge. Era él, su novio, el culpable de tantas horas de conversación y tantas lágrimas derramadas. Cuelga, coge la botella de alcohol en uno de sus tantos arrebatos y pega varios tragos. Yo evito que siga realizando esa acción y le pregunto el por qué de su comportamiento. Me responde y, como era de esperar, más discusiones y términos de relación.

Intenté hacer el payaso y hacerla sonreír para no verla así, me atormentaba verla mal. Además, también intenté que me explicase qué ocurría para calmarla un poco. Tras toda esa situación, un tanto incómoda, conseguimos entrar en ese local en el que la cosa no estaba muy animada, pero en el que ella puso un poco de alegría con su loca personalidad. Intentó sacarme a bailar. Me negué, no sé si por miedo a la verguenza, no lo sé. Después de varias canciones suena una que me encanta y bastante bailable que, en cierto modo, “contaba” lo que mis labios querían decir y no se atrevían. La tomé de la mano, bailamos, cantamos frases determinadas junto al oído del otro y, a la vez, sonreíamos como críos. Hasta que dio el paso. Yo sin darme cuenta la esquivé, sin embargo, no tardé en reaccionar, acto seguido nos besamos al son de la música de fondo.

Pasamos una noche un tanto extraña debido a un cúmulo raro de sentimientos, tanto por su parte como por la mía. Dudé en varios momentos de la noche que pudiese durar más tiempo todo eso con ella. La miré, me miró, me esquivó, sigo observándola... Vuelve a mirarme y, en ese entonces, se produce el cruce de miradas más mortífero de mi vida en el que ella siente ese miedo al que tanto temo: enamorarme y no ser correspondido. Me dice que no lo tenga, que ella estaba segura de lo que hacía esa noche, que para nada estaba borracha; ni mucho menos, que sabía perfectamente cómo actuaba. Yo, mientras tanto, seguí dudándolo porque desde un principio supe que sus verdaderos sentimientos estaban presentes en otra isla. Continuaba intentándome convencer y cedí con precaución. Siguió la noche y acabamos abrazados en mitad de una carretera desierta a esas altas horas de la madrugada, pero que, por extrañas circunstancias de la vida, o quizás del destino, circuló un coche justamente por donde nos encontrábamos. Acabamos riéndonos como bobos por semejante estupidez cometida. Ella no quería marcharse, yo tampoco. Se despidió, se fue... Yo intenté coger un taxi mientras alucinaba ante semejantes sensaciones vividas. Me preguntaba, en ese instante, si de verdad esta sería la chica con la que encontraría mi felicidad plena.

Pasados unos días de todo esto, volvímos a quedar y a mantener unas primeras palabras sobre todo lo acontecido. Continuábamos besándonos como la 1ª vez, mirándonos como la 1ª vez... Pequeñas corrientes de aire azotaban de un lado a otro dentro de mi ser, ¿serán esas famosas mariposas?

Todo fue bonito durante un mes. Un mes en el que pude sentir todo lo bueno y malo que puede llegar a existir en este mundo. A día de hoy, sigo llorando como un idiota por su ausencia y su dura decisión de no permanecer a mi lado. Quizás, con la persona que de verdad deseas estar, tengas un futuro más placentero y durarero que el que pude llegar a sentir yo en esos 30 días inolvidables.

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